Vivimos en la sociedad de la información, pero no estoy seguro que hayamos traspasado las puertas que permiten acceder a la sociedad del conocimiento. Este paso requiere un uso inteligente del cerebro humano, aquel que nos permite filtrar, ordenar, priorizar y utilizar la ingente cantidad de datos que llegan a nuestro poder. En esa brecha creciente e insondable entre información e inteligencia selectiva, se asienta una de las fuentes del estrés, un señor venido a más que amenaza con arruinar nuestra existencia. Con excepción de algunos referentes ejemplares, la duda se trasforma en certeza si reflexiono sobre la sociedad de la sabiduría. ¿Cuántos alumnos perseveran en la endiablada y apasionante asignatura del arte de vivir? ¿Cuántas personas se interrogan por sus señas últimas de identidad, por la esencia de su naturaleza y condición? ¿Cuántos, desde su innata sociabilidad, no quedan ahogados en las garras de una masa uniforme y estandarizada? ¿Cuántos se atreven a “practicar” y hasta dominar el arte de morir, disciplina imprescindible para exprimir el regalo de la vida?
En mayor o menor medida todas estas cuestiones subyacen al valiente y decidido texto de Manuel Conde.
Del prólogo de Santiago Álvarez de Mon, Profesor del IESE, asesor e empresas y escritor?